
Ciro cada día nos sorprendía con su claridad y conocimientos generales. Con él era muy fácil, y hasta divertido, conversar sobre historia, geografía, moda, comida, política y hasta religión, porque era un verdadero erudito, todo eso de manera autodidacta, pues era un verdadero ‘ratón de biblioteca’. Leí, leía y leía, todos los días leía, siempre que llegaba a la oficina de deportes en Caracol, encontraba a Ciro sin sus gafas y pegado a los libros, porque a pesar de usar lentes, Ciro Eduardo leía sin ellas y muy pegadito a los textos.
Recuerdo que era un enamorado de los Estados Unidos, se declaraba ‘ciudadano sin cédula’ de ese país, especialmente de Nueva York, ciudad por la que sentía una admiración profunda y casi enfermiza, siendo además hincha, declarado y acérrimo de los Yankees. El 11 de septiembre del 2002, cuando los locos aquellos tumbaron las Torres Gemelas, Ciro estuvo de catre; por supuesto todos estábamos conmovidos y estupefactos por lo ocurrido, pero el dolor de ‘ciriaco’, era casi visceral, como si le hubiesen hecho el ataque a nuestro país; sufrió, como si de verdad fuera gringo, el desastroso panorama que veía en la televisión.
Se me viene una anécdota contada por Gustavo ‘el tato’ Sanín compartiendo alguna noche en un restaurante. Cuando Caracol Radio llegó a Nueva York con todo su personal técnico y periodístico para el mundial USA ’94, Ciro fue el guía del grupo. Se conocía al dedillo las calles, los moles, los restaurantes, sus horas especiales de descuentos, las rutas del metro, las zonas de parqueo, los accesos a las vías principales, las horas pico, las rutas de escape… todo como si estuviera en Cúcuta, en Armenia o en Medellín. Creo que no conocía tanto a Cali o a Bogotá como conocía a Nueva York. Todo esto con un pequeño detalle: al igual que muchos de los que iban en la delegación, era la primera vez Ciro Díaz estaba en Nueva York.
Inquieto, casi hiperactivo, buen amigo, amante de los aviones, piloto virtual (pasaba horas frente a su fly simulator), hincha de River Plate, al punto que decía continuamente, ‘la jeta’, porque para él ‘boca’ era una mala palabra. Quienes tuvimos el placer de trabajar a su lado le agradecemos su preocupación porque fuéramos buenos periodistas, pero por encima de todo, buenas personas. Siempre tuvo un consejo a mano, una voz de aliento, una corrección bien dicha, un regaño amable, una sonrisa de felicidad, felicidad que creo llevó hasta su último día en los labios, a pesar de las horas difíciles que vivió en sus últimos años. Se lo imaginan, al lado de Pedro León y del emperador Marco Antonio…
Cirito, en nombre de tus amigos, tus discípulos y oyentes, mil gracias por todo lo que nos dejaste, pero por la ingratitud que nos caracteriza, es una lástima no haber podido decírtelo en vida.
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